enero 31, 2020

TIPOS DE ESTRÉS

El estrés, un trastorno considerado como el ‘gatillo’ que dispara, por ejemplo, enfermedades del corazón, accidentes cerebrovasculares o incluso cáncer, y que forma parte de aspectos psiquiátricos y conductuales, como la ansiedad o la depresión. Además de su implicación directa en algunas de estas enfermedades, el estrés también influye indirectamente, al favorecer otros factores de riesgo, como la obesidad, el consumo de tabaco o la hipertensión.

El estrés es una respuesta necesaria de nuestro organismo y no siempre es malo, diferenciando el distrés (el estrés malo) del eustrés (el bueno).

Sin embargo, el estrés no es siempre ‘malo’. Ha estado asociado a nuestra existencia como elemento fundamental para nuestra supervivencia. De hecho, hace años que se definió como la respuesta fisiológica, psicológica y de comportamiento de un sujeto que busca adaptarse y reajustarse a presiones tanto internas como externas. Los factores estresantes físicos o mentales activan en nuestro organismo la denominada ‘respuesta al estrés’.

El organismo se pone en guardia y se prepara para la lucha: “El estrés es una respuesta necesaria de nuestro organismo y no siempre es malo, diferenciando el distrés (el estrés malo) del eustrés (el bueno)”, explica el Dr. Javier Bonilla, residente del Servicio de Psicología del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz.

Como hemos explicado, el estrés es una respuesta humana totalmente normal y de la que podemos sacar provecho si sabemos escucharla y observar de qué nos está avisando. Por ejemplo, es bueno que un examen nos preocupe, porque hará que dediquemos más tiempo a prepararlo y saquemos buena nota. También es bueno mantenernos alerta al volante, porque reduce las posibilidades de sufrir un percance. Son situaciones en las que el estrés está cumpliendo su finalidad adaptativa y movilizando nuestros recursos.

Entonces, ¿cuándo es el estrés un problema? «El problema radica cuando este estrés se convierte en patológico«, puntualiza la Dra. Laura Muñoz Lorenzo, adjunta al Servicio de Psicología, psicóloga clínica y tutora de residentes PIR del mismo centro. Generalmente, ante las señales de alarma, desarrollamos la mencionada respuesta al estrés, que es la fase de alarma: concentramos nuestras energías en el cerebro, el corazón y los músculos, se elevan hematíes y plaquetas, aumentan la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la respiración, la dilatación de las pupilas y la sudoración. Tras esta fase, “solucionamos esa alarma, nos adaptamos al cambio y todo vuelve a la normalidad«, explica la especialista.

¿Cuándo es el estrés un problema? «El problema radica cuando este estrés se convierte en patológico»

«Entramos en un terreno peligroso para nuestra salud cuando la respuesta fisiológica a la fase de alarma persiste y entramos en una fase de resistencia, seguimos agotando todas nuestras reservas, provocando un sobrefuncionamiento de nuestro organismo y entramos en una tercera fase de agotamiento, que es cuando el estrés se vuelve patológico«, apunta Muñoz.

Este tipo de estrés puede ser debido a múltiples causas: las obligaciones familiares y laborales, la exigencia del día a día, las preocupaciones económicas o, incluso, el estrés físico que pueden sufrir los deportistas. También puede deberse a trastornos mentales o a enfermedades orgánicas genéticas o adquiridas.

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